En rigor, Batman no es superhéroe. Aunque se entrenó en técnicas de lucha, su fuerza y habilidad no son sobrehumanas, ni menos posee súperpoderes. Su humanidad se simula con un oscuro traje y con un gran arsenal tecnológico de automóviles, motocicletas, aviones. Sin embargo, donde más resaltan sus cualidades humanas es en sus fracturas. El asesinato de sus padres a manos de un delincuente, cuando era un niño, lo convierten en un personaje solitario y vengativo, casi al borde la autodestrucción. “El Caballero de la Noche Asciende”, la última película de la trilogía de Christopher Nolan lo muestra en evidente decadencia psicológica y física. Batman asume la culpabilidad de la muerte del fiscal Harvey Dent (en realidad, el villano Dos Caras en la segunda parte de la saga) y el hombre tras la máscara, Bruce Wayne, opta por la reclusión en su gigantesca mansión. Sólo en la superficie de Ciudad Gótica reina la tranquilidad, mientras que en las sombras se comienza a confabular el plan de Bane, el villano de turno, quien tiene una historia similar a Bruce Wayne: perdió a sus padres y desde su niñez debió aprender a vivir en solitario y en condiciones muy adversas. En la adultez, debe usar una máscara para sobrevivir.
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